Tomar café

5 de abril de 2006 | Sem comentários Mais Café Opinião
Por: Diario de Sevilla






















HAY infinitas formas de despistar tiempo del horario de trabajo, de sustraer minutos a la jornada laboral. También es cierto que hay unos empleos más propicios que otros para tales distracciones. Yo conocí a una empleado de una oficina pública que los jueves interrumpía con solemnidad sus quehaceres, abría una gaveta, extraía una perinola en cuyas caras estaban marcados los signos de la quiniela y de esta forma, haciéndola bailar, componía metódicamente su boleto con la ilusión, supongo, de que el premio que ansiaba lo excusara incluso de la tarea semanal de cruzar los cuadratines con diminutas aspas. Durante el tiempo que empleaba en esta liturgia todo quedaba misteriosamente en suspenso y la atención se concentraba en él.

En la jerga laboral “tomar café” es una expresión polisémica que refleja un sinnúmero de actividades, desde la más literal a ir al relojero, recoger un paquete, comprar una revista, dar un breve paseo, llevar al niño al médico, etcétera. A pesar del engaño explícito que arrastra la coartada de salir a tomar café se suele respetar cortésmente y hasta los supervisores y jefes más severos aceptan esta variedad común del escaqueo que ellos mismos practican con una rara asiduidad. ¿Quién no toma café en el trabajo, es decir, quién no interrumpe sus quehaceres bajo el pretexto simbólico de la cafeína?

La Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) ha enviado a sus afiliados una circular en la que recomienda que impidan a sus empleados salir a la calle a fumar los cigarrillos imprescindibles para domar la ansiedad (cuatro al día, según los sindicatos) e incluso que rechacen normalizar en los convenios las pausas para el tabaco. La iniciativa me parece comparativamente injusta e incluso perversa pues transforma las consecuencias de una ley para prevenir el tabaquismo y acabar –en un futuro– con el hábito de fumar en un instrumento para fiscalizar el trabajo.

Entre fumar a las puertas del centro de trabajo y tomar café hay unas diferencias, digamos, estéticas, y una consecuencia común: eludir el trabajo. Si se persigue el fumador y no al farsante bebedor de cafés es por una cuestión de oportunidad e incluso de disimulo. A mí me produce un poco de ternura observar junto a las puertas de los centros de trabajo a los grupos de fumadores, o incluso al fumador solitario, mientras apuran con cierto desaliento sus cigarrillos, conscientes de su lacra y del castigo que han de pagar por ella: su aislamiento preventivo junto a la acera y, mucho peor, la confesión pública de la flaqueza de su voluntad. Es como si dijeran a voces: “Aquí nos vemos por nuestros pecados. Misericordia, hermanos”.

Mientras los fumadores purgan el castigo a plena luz del día, sin eufemismos ni enmascaramientos –un castigo además determinado por la ley y producto de una costumbre enfermiza–, los cafeteros arañan unos minutos a su jornada con la comprensión general y el amparo del misterio que encubre la tarea cotidiana de beber café: con leche, solo, amancebado o con amigos.

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