Roberto Hernández, alumno de la Escuela de
Hostelería de Begoña, logra el segundo puesto en el concurso nacional «Maestro
del espresso junior» 2006
Roberto
Hernández es todo un artista haciendo café. Así lo acredita su segundo puesto en
la competición «Maestro del espresso junior» 2006, donde el avilesino,
estudiante de la Escuela de Hostelería de Begoña, se enfrentó a casi una
treintena de alumnos de escuelas nacionales para hacer el mejor café espresso y
capuccino de todos. Su profesor atribuye su segundo puesto a la falta de
picardía más que a la impericia. La excelencia de su preparación tiene que ver
con dosis equilibradas de gusto por el café, respeto por el cliente y ganas de
sacarle todo el potencial a una materia prima muy
natural.
A. RUBIERA
Roberto Hernández Álvarez, avilesino de 22 años y estudiante de primero
de Restauración en la Escuela de Hostelería del paseo de Begoña, rozó el éxito
en Barcelona haciendo café. A un paso se quedó de ser el «Maestro del espresso
junior» 2006, en un concurso convocado por la firma italiana de café Illy. En el
certamen se enfrentaron 27 estudiantes de escuelas de Hostelería de toda España,
previamente seleccionados en sus centros, con el objetivo de buscar -y promover-
la excelencia en la preparación de un café. Algo que, según admite el joven
alumno, no se estila mucho en la hostelería nacional: «En la mayoría de los
sitios dan un café bastante pobre. Ni siquiera se cuida como debiera en los
restaurantes, y eso que el café es la última sensación en el paladar que va a
tener el cliente. Por eso, tendría que ser la más cuidada».
Al
estudiante avilesino sólo le venció en sabiduría cafetera el representante de la
escuela de Mallorca. Y, según José de la Riva -profesor de Servicios que
acompañó a Roberto en el certamen y le inculcó hasta la última de sus
habilidades y de su gusto enorme por el café-, el mallorquín no le ganó en
calidad, sino en picardía. «Roberto hizo un servicio estupendo en preparación,
elaboración, en forma de presentación, en prestancia como camarero… pero
estaba tan tranquilo que no marcó suficientemente algunos pasos de elaboración.
Por ejemplo, mover la carga antes de presionarla, para garantizar un reparto
homogéneo del café molido. Lo hizo, pero fue poco explícito. En una cafetería no
hubiera importado en absoluto, pero en un concurso cuenta todo», explicó De la
Riva.
El aludido asume su fallo y recuerda: «El chaval que ganó clavaba
los movimientos y los pasos, para que se vieran bien». Él, como el café, apostó
por ser cien por cien natural, y ahí estuvo quizá la milésima que le faltó para
alzarse ganador del concurso. Su mérito, sin embargo, lo recalca su profesor:
«De los alumnos que yo vi, Roberto fue el mejor. Es elegante en el servicio,
tiene confianza ante la cafetera, sabe estar y no pierde la sonrisa», razonaba.
Y, al final, su café era estupendo. Dos temporadas trabajando en Mallorca le
han dado tablas en cafetería, pero reconoce que ha sido gracias al concurso -y a
la buena docencia de De la Riva, añade- por lo que le ha cogido gusto a hacer
café. «Estuvimos dos semanas dando caña a la preparación de cafés. No sé cuántos
kilos pude haber preparado», dice Roberto, que ahora reconoce que hay todo un
arte que separa «un cafetín» de una gran infusión. Con trucos tan básicos como,
por ejemplo, que «el café nunca debe esperar, ya hecho, a que se caliente la
leche. Si no, pierde el aroma y la nata que lo recubre», explica Hernández.
«Hay que empezar a ser exigentes. No vale que nos sirvan cualquier cosa»,
advierte De la Riva. Para él la formación de sus alumnos en esta especialidad es
«muy importante y tiene mucha salida. La cafetería es la asignatura pendiente en
la hostelería de Asturias y se necesitan profesionales como Roberto». Para la
escuela de Begoña, añade, «es un placer que se oiga hablar de los éxitos de la
especialidad de Servicios, y que podamos contribuir en algo a darle un mayor
empuje e importancia, como en su día ocurrió con la
cocina».